jueves
diciembre, 26

Cristina y Randazzo entre la unidad y la ruptura: apuestas sin red

La enrevesada interna del peronismo bonaerense puede resultar de lectura difícil. Sin embargo, los festejos que la virtual fractura del espacio desató en la Casa Rosada brindan una buena lente para observar la coyuntura: Cristina Kirchner (casi) candidata para polarizar y no uno ni dos, sino tres peronismos para fragmentar al rival. Más no podíamos pedir, dicen allí.

Los actores de la elección del 22 de octubre, con escala en las PASO del 13 de agosto, partían hasta hace poco de los parámetros que dejaron los comicios para gobernador de 2015. En números redondos, 40% para Cambiemos, 35% para el kirchnerismo y 20% para el Frente Renovador. La decisión de Cristina de formar el Frente de Unidad Ciudadana prescindiendo del Partido Justicialista y la de Florencio Randazzo de competir con este sello destrozan ese escenario.

Con la ruptura peronista prácticamente confirmada, cerca de Randazzo apuntan ahora a mostrar el músculo electoral suficiente para poder sentarse tras las elecciones a la mesa grande del panperonismo. Una “buena elección”, para ellos, sería obtener un 15% de los votos, aunque los supere Cristina… en caso, claro, de que ella no se queda con el primer lugar en el podio. Eso, creen, sería suficiente para que muchos de los intendentes que hoy se embanderan con la expresidenta por el mero interés de alambrar sus pagos chicos comiencen a dudar y cambien la relación de fuerzas en una pelea por el liderazgo del espacio que debería prolongarse con 2019 en la mira.

El problema es que, incluso prescindiendo de las opciones menores en el cálculo, 40+35+20+15 es… ¡110%! La ecuación pierde más sentido todavía cuando en el campamento cristinista se piensa en el 35% que sacó Aníbal Fernández como un piso electoral y se aspira extender la cosecha de votos al un 38 o a un 40% ganadores en octubre.

El off the record tiene diferentes niveles de profundidad. Uno de ellos, el más casual que entregan los allegados a Cristina, indica que, después de los tironeos de los últimos días, a Randazzo prácticamente no le queda voto peronista y que todo lo que este sume será a expensas de Sergio Massa. La división así sería pura ganancia. Pero, cuando el diálogo se distiende, se acepta que “algunos puntos puede sacarnos” y se teme que, por pocos que sean, resulten fundamentales para marcar la diferencia entre una victoria y una derrota. “Es un quilombo enorme”, terminan por admitir.

En la otra vereda se acepta que el gran damnificado de la irrupción de un nuevo actor debería ser el Frente Renovador, lo que equivale a reconocer el argumento cristinista. Sin embargo, se quejan: “Ahora nos ningunean diciendo que no les podemos sacar ni un solo voto, pero si pierden van a decir que fue por culpa del capricho de Florencio y que fuimos funcionales al Gobierno. Son así…”.

Y asumen el riesgo: “No hay otra forma de sacarnos de encima a todo ese entorno”.

El secreto, creen, va a consistir en encontrar el discurso justo para atraer una porción significativa de kirchneristas light, algo que, admiten, “no va a ser fácil”. “Eso sí, de (Mario) Ishii ni vamos a hablar porque la polarización va a ser con Cristina”. La tan deseada PASO debería ser entonces un simple trámite.

El cierre de alianzas que acaba de consumarse esboza escenarios pero no define el juego. Aunque en el flamante FUC nadie duda de que la expresidenta encabezará la lista como candidata a senadora, la falta de una definición explícita mantiene la tensión. Para los randazzistas, la tan mentada unidad solo depende de que ella se baje y le ceda a su exministro el liderazgo, posibilidad de la que hasta hace no muchas horas estaban convencidos (ya no).Ni siquiera aceptan compartir cartel; mucho menos aún mirarla desde abajo, con un primer lugar en la nómina para diputados. La “unidad” se convirtió en la cuadratura del círculo.

El problema que tiene la mesa chica del exministro es que la capacidad de daño potencial que le queda (impedirle a aquella un triunfo) no parece en la previa suficientemente concluyente como para convertir los deseos en realidad. Solo apuestan a un presunto de temor de la exmandataria de sufrir la primera derrota de su carrera.

Con todo, el “misterio” de Cristina sobre su postulación parece más bien el silencio atronador de la polémica que se desatará entre ambos sectores a partir del 24, cuando todas las cartas ya estén sobre la mesa.

Ambos se adjudicarán haber buscado la unidad y acusarán al rival de haberla torpedeado por obcecación individual. Cristina intentará mostrar en las urnas su hegemonía sobre el sector y, con el escrutinio zanjado, contrastar la disparidad entre las aspiraciones de su enemigo íntimo y su verdadero caudal electoral. Randazzo, en tanto, exhibirá todo lo posible el sello “PJ”, no por los votos que aporte sino por lo que representa en términos discursivos: son ellos los que se fueron.

Un nivel de análisis estará dado por quién sume más a nivel nacional, presumiblemente Cambiemos, que lleva una oferta propia en todos los distritos. El peronismo, en cambio, será imposible de sumar por marchar en sentidos opuestos en la provincia de Buenos Aires y en el resto del país.

Otro nivel estará dado por el resultado bonaerense, más importante que nunca y no únicamente porque en ese distrito se concentre casi el 40% del padrón. En es que allí jugarán, se supone, Cristina, Randazzo, Massa y María Eugenia Vidal, la verdadera candidata del oficialismo.

Un último escenario surgiría en caso de una victoria de Cambiemos: ¿quién surgirá de esa interna a cielo abierto como el futuro líder del peronismo bonaerense? Cristina ganará esa puja, se descuenta, con lo que pretende eliminar cualquier disidencia lo suficientemente relevante como para seguir discutiéndole el liderazgo. Randazzo, por su parte, pretende mostrar que ninguna opción ganadora en 2019 puede prescindir de él.

El juego es a todo o nada y tanto cristinistas como randazzistas confían en sacar lo que necesitan. Lo que necesitan para 2019.

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