lunes, abril 29, 2024

Hacia un Cambiemos 2.0 después de octubre: ¿una mutación posible?

El proceso de cambio político que vive la Argentina terminará de consolidarse en las elecciones del 22 de octubre, con un resultado que, se espera, dejará más fortalecido al oficialismo nacional, posiblemente incluso en la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, el llamado al “cambio” es una herramienta útil en coyunturas en las que un orden establecido da indicios de agotamiento, instancia que el país atravesó dos años atrás. ¿Qué pasará, entonces, con aquella apelación una vez que el proyecto de Mauricio Macri entre en su fase de consolidación?

Hasta el nombre de la alianza es problemático: Cambiemos. El gradualismo en materia económica ayuda a la perdurabilidad de los apoyos que concita, pero la necesidad de mostrar resultados positivos puede chocar eventualmente con las expectativas sociales, siempre apremiantes. En otros términos, ¿qué pasará con Cambiemos una vez que hayamos cambiado o, por el contrario, que las aspiraciones de renovación, acaso, se vean defraudadas?

“Nuestra sensación el que el Gobierno logró, con las elecciones (primarias) de agosto, ganar identidad y dar un paso adelante en la capacidad de representar o de generar sentimientos sobre la marca ‘Cambiemos’”, le dijo a ambito.com Pablo Knopoff, director de la consultora Isonomía.

Isonomía elaboró un estudio que sustenta esta impresión. Este, que pregunta por el “partido político o movimiento” de preferencia, arrojó que Cambiemos se consolidó como la marca más valiosa para los argentinos. El 14% se identifica con ella, contra un 7% de Unidad Ciudadana, un 6% del peronismo, un 5% del Frente para la Victoria (la vieja marca del kirchnerismo) y un 4% del massismo. El Pro y la UCR, con 3% cada uno, quedan devorados por Cambios.

Estos números permiten identificar algunos rasgos clave de la política argentina actual. Por un lado, si bien Cambiemos se destaca en el ranking, que lo haga con solo un 14 % es revelador del grado de implosión del sistema político; no por nada, el 32 % no se siente identificado con ninguna sigla y el 20 % directamente no responde a la consigna. Además, que resulten salientes, en ese contexto modesto, marcas nuevas como esa, o la UC, el FpV o el massismo da cuenta de la muerte definitiva del viejo sistema de partidos y del carácter precario del actual. Por último, la dispersión de las diferentes identidades peronistas indica la crisis y confusión de ese sector tradicional y el hecho de que, en un momento de crisis de representación, el oficialismo es el único sector que trabaja de manera consecuente en la construcción de, al menos, algo parecido a un partido político. Que lo digan si no los radicales, que vieron como el macrismo puro les peleó palmo a palmo (y en buena medida le retaceó) espacios en las listas electorales.

“Ahora, Cambiemos, como el kirchnerismo, logra generar empatía o antipatía en el ciudadano, pero no indiferencia. Eso implica ganarse un espacio para estar dentro del ring, ya no como retador, que es lo que lo trajo hasta aquí”, agregó Knopoff, quien ilustró el punto con otro trabajo de su consultora.

Según este, a la pregunta “cómo se definiría usted con respecto a Cambiemos”, solo el 12 % no sabe o no contesta. Todo el resto del universo encuestador tiene una posición tomada. “Hasta las PASO, eso no se veía”, acotó Knopoff. En ese sentido, el 40 % se dice “adherente”, otro 17 % “más adherente que opositor”, el 7 % “más opositor que adherente” y un 23 %, directamente “opositor”.

Conceptualmente, ya es, en toda la regla, el polo opuesto a un kirchnerismo que tampoco genera indiferencia (13 % de no sabe/no contesta), aunque exhibe números que le auguran mucho menos potencial electoral: 13 % de “adherentes”, 9 % “más adherente que opositor”, 10 % “más opositor que adherente” y 55 % directamente “opositor”

Nada ilustra mejor que lo anterior el grado en que la “grieta” está plenamente instalada en la sociedad y que esta no es solo una estrategia de cúpulas. Por otro lado, esos números llevan a otras conclusiones.

Una, la paradoja del kirchnerismo, cuya centralidad actual no le evita un futuro de potente viento de frente. Dos, la dificultad estructural de las terceras fuerzas, sean estas la massista, la randazzista o, acaso, un panperonismo no K que tal vez debería pensar mejor su decisión de reconstruirse de espaldas a ese sector considerable del electorado. Tres, los desafíos, para nada sencillos, de un oficialismo que en el corto plazo solo encuentra sonrisas pero que más temprano que tarde deberá plantearse la necesidad de mutar en un Cambiemos 2.0.

“El proceso interesante para el futuro es pensar una evolución interna en Cambiemos, una especie de segunda vuelta una vez que Macri deje la Casa Rosada. Un ‘Cambiemos dos’ debería ser capaz de ampliar sus bases de sustentación, de agenda, de referencias geográficas. Debería poder dar pasos hacia adelante, ganar más identidad”, aventuró Knopoff. Una ventaja para eso es que, si por alguna razón Macri no es alternativa para 2019, ya surgen figuras de posible recambio, como María Eugenia Vidal o incluso Marcos Peña, el favorito del Presidente. Pero una desventaja es que lo que se juzgará entonces no será ya la herencia kirchnerista sino los resultados de la actual gestión, que estarán cruzados por las enormes dificultades de compatibilizar su viabilidad política con los objetivos de un ajuste fiscal gradual pero severo, de un persistente apretón monetario contra la inflación y de una reconversión productiva y comercial que no podrá eludir tensiones en el mercado de trabajo.

La consigna “cambiemos” es una apelación al movimiento constante, algo difícil de concretar.

A veces la hipérbole ayuda a iluminar un argumento. Salvando las distancias de todo tipo, el Partido de la Revolución mexicana se convirtió en 1946 en el Partido Revolucionario Institucional; la normalización es el certificado de defunción de las revoluciones.

Sin llegar a esos extremos, no olvidemos que el “cambio” es concepto siempre provisional y precario.

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