domingo, abril 28, 2024

Se revierte lluvia de dólares y causa justificada incertidumbre

La economía argentina ganó en acumulación de reservas, entrada de capitales y en velocidad de generación de déficit externo. Luces de alerta tras accionar del BCRA la semana pasada.

La venta de dólares que realizó el Banco Central la semana pasada abre una serie de interrogantes que antes permanecían fuera de la vista de los operadores. Éstos pueden resumirse en la siguiente pregunta: ¿cuán fuerte o endeble es la posición financiera argentina? ¿Está Argentina en condiciones de resistir un shock externo, sea este producido por factores externos o internos? Veamos: en el bienio 2016-2017 las reservas del BCRA aumentaron casi u$s30.800 millones, producto de un ingreso neto de capitales de casi u$s76.300 millones que sirvieron para acumular esa cifra en el BCRA y a la vez financiar déficit de cuenta corriente de balanza pagos (déficit de balanza comercial, más intereses de la deuda, más dividendos netos pagados al exterior) de unos u$s45.500 millones. Este déficit más que se duplicó en 2017 en relación con 2016. Pero ello no impidió que la suba de reservas se incrementara casi en u$s5.000 millones en 2017 con respecto a 2016. ¿Cómo puede haber sido esto posible? Porque hubo una verdadera lluvia de inversiones en 2017: el ingreso de capitales equivalió a u$s48.533 millones el año pasado lo que supone un incremento en torno al 80% en relación con los cerca de u$s28.800 millones de 2016.

Esta lluvia de dólares sirvió para financiar déficit de cuenta corriente y acumular reservas del BCRA, conducido por Federico Sturzenegger. Como lo primero fue de una magnitud muy superior a lo segundo, no se percibió en toda su magnitud este ingreso masivo de divisas que estuvo cerca de alcanzar los u$s1.000 millones a la semana. Dado que el déficit de cuenta corriente equivale ya a 5,5% del PBI, éste resulta una verdadera aspiradora de divisas y un verdadero peligro que sólo pasó desapercibido merced a la lluvia de dólares que registró el país que equivalió a alrededor de 9% del PBI en 2017.

A la luz de lo ocurrido la semana pasada, se encienden todas las luces de alerta acerca de que el ingreso de capitales no sólo puede cesar, sino que además puede llegar a revertirse de manera muy acelerada en caso de que sucedan noticias aquí o en el exterior que no caigan bien en los mercados. A tal punto la cuestión es crítica que el nivel de reservas de casi u$s60.000 millones alcanza para financiar déficit externo por menos de 2 años. O sea, un plazo de tiempo lejos de resultar cómodo. La alternativa sería un brusco freno en el déficit externo, factor que se traduciría con gran rapidez en un proceso muy recesivo dada su magnitud actual.

¿Qué nos dicen entonces las cifras de sector externo? Que la economía argentina ganó en velocidad de generación de déficit externo, acumulación de reservas y entrada de capitales. Las tres cosas se aceleraron en relación con 2016, y es probable que por ello se haya notado un nivel de actividad algo más aceptable que en 2016. Las tres grandes cuentas del sector externo jugaron a favor de ello, pero alcanzaron una magnitud tal que aún sin suceder una gran suba de tasas en Estados Unidos es sumamente improbable que la velocidad a la que las 3 cuentas de sector externo se expandieron puedan seguir haciéndolo en 2018.

A su vez, también puede decirse que si ocurre una frenada, ésta sólo puede resultar muy brusca. Pocas son las veces en que un proceso masivo de ingreso de capitales como el sucedido en 2017 puede descender sin alcanzar niveles nulos o incluso negativos. Si los capitales dejaran de ingresar, aún sin retirarse, la cuenta corriente de sector externo debería corregirse muy bruscamente, lo que arrojaría cifras que incidirían, muy probablemente, en un crecimiento negativo para 2018. Sabido es que un proceso así, lejos de ser convergente es divergente: un país que ingresa en recesión suele expulsar capitales que huyen de la incertidumbre en la capacidad de repago de deudas de los sectores público y privado, lo que retroalimenta la recesión.

Las cifras marcan entonces la necesidad de máxima prudencia en todas las decisiones que tienen que tomarse desde el Estado. Toda expansión de gasto o caída de ingresos en las actuales circunstancias puede ser -con razón- interpretado como un auténtico desafío del país a las “leyes de gravedad” que gobiernan la más elemental lógica económica y por lo tanto pueden derivar en una estampida de fuga de capitales que no sólo va a borrar de un plumazo la acumulación de reservas traduciéndola en negativa, sino también en una contracción en el gasto privado, un cierre de las ventanillas crediticias para el Estado, la industria y los comercios, un brusco corte en diversas líneas de crédito al país y también de los propios bancos argentinos a sus clientes, y un clima político sumamente enrarecido que puede traducirse en una brusca creciente impopularidad del Gobierno sin que por ello se garantice una recuperación en la voluntad de voto en la oposición si ésta no adecua su discurso a la realidad de la situación.

La crisis que muchos parecían esperar para después de las elecciones de 2019, cuando gran cantidad de operadores esperaba la tan demorada política económica racional del presidente Macri, parece haberse adelantado para 2018. Es cierto que una golondrina no hace verano y una semana de ventas masivas de dólares del Banco Central no revierte de por sí el proceso que se venía viviendo en 2017 con aceleración de entrada de capitales y déficit de cuenta corriente. Pero también es cierto que lo que se vive ahora en los mercados no comenzó a fines de abril, sino a comienzos de marzo, cuando el Banco Central empezó a vender divisas. Que el fenómeno se haya agudizado ahora sorprende, porque deberíamos estar en pleno proceso de ingreso masivo de la cosecha: abril a junio es el trimestre del año en el cual el dólar debería estar más vendedor de los cuatro. Lo que nos dicen las cifras, entonces, es que la lluvia de dólares que los operadores no notaron, pero que existió, ha cesado.

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